Junio de 2010: Miguel Otero es embajador en Argentina y señala al
diario El Clarín: «la mayor parte de Chile no sintió la dictadura«.
Otero y la vida de los peces.
¿A quién le importa la vida de los demás?, se pregunta Andrés, el
protagonista de ‘La Vida de los Peces’, una película chilena de Matías
Bize que pareciera haber encantado a gran parte de la crítica. La ví
el otro día y hay algo curioso, escucho y leo que se trata de una gran
película sobre “una historia de amor que no fue”. La de dos adultos de
poco más de 30 años, ex pololos de adolescencia, que se reencuentran
después de muchos años en una fiesta de compañeros de colegio y que
anhelan retomar su historia. Andrés (Santiago Cabrera) vive en Europa
y se gana la vida relatando lugares de ensueño para una revista de
viajes. Beatriz (Blanca Lewin) tiene una linda familia, con dos
mellizas y buena situación. Dos versiones de éxito, pero a ellos no
los hace feliz. Pareciera faltarles algo. Están nostálgicos de un
proyecto de amor adolescente truncado por vidas conservadoras y
apagadas.
Al principio me pareció una película de amor más, pero algo no me
calzaba. El reencuentro carece de pasión, de emocionalidad. Los tipos
declaran sin pena que nunca bailaron juntos! Raro. ¿No habrá una
segunda lectura? ¿Por qué optar por una película que retrata a la
elite insatisfecha sin proponer una crítica sobre ésta y las
desigualdades de nuestra sociedad? (Por ejemplo, nos encontramos con
un retrato tan estereotipado de una nana que uno se pregunta si el
director vió ‘La Nana’). Me gusta pensar que sí, que en el fondo la
película es una excusa para hablar de otra cosa, sobre nuestro país,
sobre la elite adulta de los 90’, sobre la herencia de la transición.
Este relato de amor, pero falto de emociones, tiene algunas
interrupciones que nos dan algunas claves para pensar así. Los únicos
momentos en que el protagonista siente algo, que uno puede como
espectador sentir como verosímil, es cuando los participantes de la
fiesta le hablan -y él escucha- sobre un amigo muerto (hermano del
dueño de casa). Eso ocurre en distintos momentos del film, están los
familiares y amigos, una chica embriagada por el consumo de hongos y
que sabe que él estuvo en su accidentada muerte, la nana que los crió
a ambos. Estos son los únicos momentos de conexión con los demás y con
su alma, pero él observa mudo.
En esta lectura, la falta de emocionalidad refleja un duelo inconcluso
de los personajes: la de la muerte del amigo y la de la antigua
historia de amor. La escena más importante ocurre metafóricamente
dentro del acuario: al igual que los peces, vemos que sus vidas están
confinadas a un espacio que no buscaron y que los limita
profundamente. Un espacio bello y transparente (el acuario), pero que
es un encierro que no da lugar para el movimiento, para avanzar e ir
más allá. Todo el acuario está sobre un punto ciego. La película
carece por completo de expresión vital. Nadie respira, salvo cuando se
expresa el dolor o la embriaguez. El único personaje vivo es la
hermana de su amigo muerto, quien ya ha crecido, -él no reconoce- y
que se expresa a plenitud riendo, bajo los efectos del alcohol,
manifestando un deseo siempre presente y acumulado por años. Ella lo
recuerda y lo desea, siempre lo ha deseado, pero él no respira, está
ausente. El resto del tiempo es un alma en pena.
Pienso que la película de Bize es una película sobre la memoria y la
muerte en un país que no sabe como mirarse a si mismo, sino en las
representaciones desplazadas de un elite que vive una fiesta que, en
el fondo, ella misma no disfruta, una fiesta completamente
des-erotizada, en la que resultan evidentes la ausencia de deseo, de
felicidad, de amor.
Bize ofrece dos salidas en la última escena: la vida privada o el
absurdo. Beatriz se refugia en su familia, en sus hijas; mientras que
Andrés busca un milagro, que ella escape con él, algo que sabe no va a
ocurrir.
Se deja al espectador encontrar la tercera salida: hablar, decir lo
que se piensa y siente. Hablar sin miedo. Y ahí está quizás el mensaje
de la película: es necesario que volvamos a hablar, que la elite se
atreva a hablar, a hablar de la muerte, hablar del desencuentro,
hablar del pasado. Hablar de la vida. Tenemos que volver a hablar como
país, para no vivir como peces atrapados en un aparentemente bello
acuario.
Se trata de una película sobre el malestar de nuestra sociedad, una
metáfora sobre un dolor colectivo que no es capaz de ser expresado.
Una familia y una comunidad que está en un duelo que no logra cerrar y
que al mismo tiempo no es capaz de ver, salvo en el confinamiento de
los recuerdos de ese ser querido a un pequeño cuarto congelado,
disociado de donde se hace la fiesta y en donde el tiempo parece que
no ha transcurrido porque la comunidad no ha querido habitarlo. No ha
querido tocarlo. Es la metáfora de lo que vive y le pasa a una
sociedad que convive con una historia trágica (de desaparecidos y
proyectos colectivos abandonados, de muertos que nadie quiere o sabe
como cargar). En donde quienes intentan mirar el futuro colectivamente
encuentran un país fracturado y sin memoria, un lugar donde pareciera
que a nadie le importa la vida de los demás. Esta podría ser una
película sobre el duelo y la exclusión de quienes sufren, pero para la
crítica y el público es más bien una historia de amor frustrado que
ocurre en una fiesta con muchos cuartos que no están conectados entre
sí.
Carolina Aguilera/Marcelo Astorga
Junio de 2010.